5 de octubre de 2024

Evangelio


En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron llenos de gozo y dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".
El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
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Primera Lectura


Job respondió al Señor, diciendo:
Yo sé que tú lo puedes todo y que ningún proyecto es irrealizable para ti.
Sí, yo hablaba sin entender, de maravillas que me sobrepasan y que ignoro.
Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.
Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.
El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas.
Tuvo además siete hijos y tres hijas.
A la primera la llamó "Paloma", a la segunda "Canela", y a la tercera "Sombra para los párpados".
En todo el país no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job. Y su padre les dio una parte de herencia entre sus hermanos.
Después de esto, Job vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
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Salmo


Enséñame la discreción y la sabiduría,
porque confío en tus mandamientos.

Me hizo bien sufrir la humillación,
porque así aprendí tus preceptos.

Yo sé que tus juicios son justos, Señor,
y que me has humillado con razón.

Todo subsiste hasta hoy conforme a tus decretos,
porque todas las cosas te están sometidas.

Yo soy tu servidor: instrúyeme,
y así conoceré tus prescripciones.

La explicación de tu palabra ilumina
y da inteligencia al ignorante.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
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Comentario


La humildad es la madre de todas las virtudes, el fundamento inquebrantable del edificio celestial, el don propio y magnífico del Salvador. El que no busca imitar al manso Señor en la sublimidad de sus prodigios sino en la virtud de la paciencia y la humildad, sin peligro de envanecerse, podrá hacer todos los milagros que el Señor ha realizado. (…),

Si se hace un prodigio en nuestra presencia, no es lo maravilloso de los signos que hace a su autor estimable a nuestros ojos, sino la belleza de su vida. No es el saber si los demonios la son sumisos que debemos preguntarnos, sino si posee la caridad que el Apóstol proclama. Por eso, es un mayor milagro extirpar de la propia carne el foco de la lujuria, que expulsar los espíritus inmundos del cuerpo de alguien. Es un signo más magnífico, contener los movimientos salvajes de la cólera con la virtud de la paciencia, que comandar a las potencias del aire. Es más grande excluir del propio corazón las mordidas devoradoras de la tristeza, que alejar las enfermedades y fiebres corporales de otros. Finalmente, es a justo título, una virtud más noble y progreso más sublime curar las languideces de su propia alma, que las del cuerpo del otro.

Cuanto más el alma está elevada por sobre la carne, más se prefiere su salvación. Más su sustancia va adelante por su excelencia y valor, más grave y funesta será su ruina. Acerca de las sanaciones corporales, es dicho al bienaventurado Apóstol: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo” (Lc 10,20). No eran sus poderes que realizaban esos prodigios, sino la virtud del Nombre que ellos invocaban. Por eso, se les advierte de no reivindicar ni beatitud ni gloria por lo que sólo se realizaba por el poder y virtud de Dios. Sus nombres meritaban estar inscriptos en el cielo, únicamente por la pureza íntima de sus vidas y sus corazones.


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