Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II – 6

lunes, abril 1st, 2024



Publicado por congregacion

La esperanza de la Resurrección. El hombre escatológico

Introducción

Con estas líneas llegamos al final del primer ciclo de las catequesis de San Juan Pablo II, lo que llamamos en su momento la “antropología adecuada”. Hemos de tener en cuenta, sin embargo, algunos aspectos importantes de este último ciclo.

1.- La Escatología, del griego Escháton (εσχάτων), es lo que se considera “Teología Especulativa”, es decir una realidad teológica vital de nuestra fe que sin embargo está envuelta de un gran misterio. Misterio no significa en este sentido que tengamos que “resignarnos” a aceptarlo sin más como algo oscuro que no podemos ver, si no bien por el contrario, como algo muy luminoso, al grado que no somo capaces de verlo todavía con nuestros ojos porque es algo demasiado bello, que resplandece y deslumbra con tal luz que nos ciega. De hecho, San Pablo lo expresaba con palabras tremendamente elocuentes: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.” 1

2.- Cuando San Juan Pablo II nos habla del hombre escatológico, da por supuesto que el lector es conocedor de la doctrina católica sobre este tema y por lo mismo no entra en detalles sobre el aspecto objetivo de la resurrección y lo basa todo en el aspecto subjetivo, propio de la fenomenología en donde es la experiencia la que nos ayuda a sacar las conclusiones. En este aspecto, nuestra experiencia es el habernos encontrado con Cristo resucitado. Por lo mismo, al final de estos apuntes, te dejaré unos cuando números del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) que nos hablan de esto. Tómate el tiempo para leerlo, para reflexionarlo, para llevarlo a la oración.
Por lo demás, este es el ciclo más corto de las catequesis, tan sólo 9, y sin embargo es el que da sentido a todas las demás. Sería inútil hablar de Teología del Cuerpo limitando nuestra existencia corporal a unos cuantos años en esta tierra.
A su vez nos encontraremos nuevamente con algo recurrente en todos los ciclos de la Teología del Cuerpo que es la referencia al matrimonio. Y es precisamente la escatología lo que nos permitirá entender en toda su profundidad el sentido esponsal del cuerpo, del cual ya hemos hablado anteriormente. De modo resumido, estos son los puntos fundamentales de lo que llamado “hombre escatológico”.

La escatología a la luz de la Teología del Cuerpo

I) La realidad de la muerte
No cabe duda de que, por más fe que tengamos, la pregunta sobre la muerte nos interpela y nos preocupa. José Luis Sampedro, escritor, humanista y economista español nos decía que “el día que se nace uno se empieza un poco a morir. Estamos acostumbrados a ver la muerte como algo negativo, y yo estoy tan cerca que no puedo dejar de pensar en este asunto.” Y es en gran medida la respuesta que demos a esta pregunta la que determina nuestra forma de vida. Si como para Nietzsche, Freud o Marx, no existe el “logos” encarnado y se niega la trascendencia, habrá que buscar la felicidad aquí en esta tierra y mientras dure. Lo efímero de unos cuantos años de los cuales pasamos gran parte de ellos de forma inconsciente, nos envuelve en una angustia vital que justificará el famoso “carpe diem”, el “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Sin embargo, para el cristiano que ha sido bautizado, la vida adquiere otro sentido radicalmente diferente. Porque no tiene sentido que seamos los seres más inteligentes de la creación, los seres superiores, si al final todo se queda en polvo, en nada: seríamos, por el contrario, la especie más desdichada de toda la creación pues nos angustiaría permanentemente la idea de un final incierto al cual queremos burlar permanentemente. Y es precisamente esta angustia lo que ha dado lugar al “transhumanismo”, esa corriente filosófica que busca utilizar la tecnología para trascender las barreras biológicas, y así seguir “viviendo” cuando nuestro cuerpo ya no pueda más.

II) La esperanza del cristiano.
Cuando vamos a Roma, una de las visitas obligadas, al menos desde mi punto de vista, son las catacumbas. Impresiona el recorrer unos cuantos metros de los más de 200 kilómetros de túneles de hasta 7 pisos de altura que fueron cavados en los primeros siglos de la era cristiana y que testimonian la entrega hasta el extremo de tantos y tantos católicos. Las catacumbas fueron primeramente un gran cementerio y más tarde un lugar de peregrinación, precisamente por lo que nos cuentan esas paredes. ¿Qué es lo que hace a una persona estar dispuesta a renunciar a su vida cuando sabe que, si no niega a Cristo, le espera el martirio? Sin lugar a duda una certeza: la certeza de la resurrección. Y esta es, como decimos cuando renovamos las promesas del bautismo, “nuestra fe, la fe de la Iglesia”. No es tan sólo un dogma más de los que están enunciados en el Credo. Es el que da sentido a todo el Credo y lo que mantuvo a la Iglesia viva ante las persecuciones de los primeros siglos. Si leemos con detenimiento el Nuevo Testamento, encontramos más de 110 referencias directas a la resurrección. Eliminar esto, equivale a aniquilar todo lo que nos enseña el catecismo: lo que debemos de creer, lo que debemos de vivir, como debemos de vivir y lo que tenemos que rezar es porque creemos en la resurrección de los muertos.

III) La aportación de la Teología del Cuerpo a la escatología.

a. El anhelo de felicidad.
Siguiendo con lo que ya hemos visto en los dos ciclos pasados, es decir en el hombre originario y el hombre histórico, ahora damos respuesta a esos anhelos que llevo en el corazón desde siempre, esos anhelos que han sido confundidos por el pecado original, pero que permanecen en la realidad del hombre histórico, la de todo hombre, como un eco que nos llama sin cesar. La búsqueda de la felicidad y la experiencia de que nada caduco y limitado puede llenar mis ansias infinitas e ilimitadas de amar y ser amado tienen su respuesta en Cristo. Hemos sido Creados a imagen y semejanza de Dios, y nuestro corazón solo puede quedar saciado por el único que va más allá del espacio y del tiempo. San Agustín nos lo recuerda en su famosa frase: “Nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”

b. El Significado esponsal del cuerpo.
Es aquí precisamente donde el significado esponsal del cuerpo cobra todo su sentido. Si pudiésemos resumir la Sagrada Escritura en 4 palabras, como diría Christopher West, estás serían “Dios quiere casarse contigo”. Hemos sido creados para la comunión, para la unión en común. Por eso es tan importante la comunidad y por eso nuestra fe debe de ser vivida en la Iglesia. Si recordamos, decíamos que, en la hermenéutica del don, yo tengo un cuerpo para donarme, para darme. Mi ser es un don para la Iglesia. Y mi plenitud está en vivir esa comunión con Dios para siempre en la Iglesia Triunfante. San Juan Pablo II dirá que es a la luz de la escatología que podemos entender lo que San Pablo nos decía en la carta a los Efesios, esa afirmación que nos deja un poco atónitos: La realidad de los dos hechos una sola carne es un gran misterio. El original griego habla de “mega misterio” (μέγα μυστήριο). Y el apóstol nos dice que eso lo refiere a Cristo y a su Iglesia. ¿A qué hace referencia el matrimonio? Nos apunta hacia la eterna comunión con Dios. De hecho, San Juan Pablo II nos dirá que “Debemos considerar este pasaje de la carta a los efesios como coronamiento de los temas y de las verdades que a través de la Palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura…” 2 y que “es, en cierto sentido, el tema central de toda la revelación, su realidad central. Es lo que Dios… desea transmitir a los hombres en su Palabra.” 3 Sin lugar a duda tenemos mucha materia para la reflexión aquí. Pero no podemos dejar de hacer referencia al “alimento de vida eterna”, a la Eucaristía, porque es a la luz e la escatología que podemos entender algo más de este misterio: La Eucaristía es donde nos hacemos una sola carne con Cristo, es donde vivimos en esta tierra ese anticipo del cielo por medio de la gracia. Y es a la luz de la Eucaristía que podemos, de alguna forma, hacer “experiencia de cielo”. San Juan Pablo II introduce en sus catequesis y de acuerdo con el método fenomenológico un término novedoso y tremendamente atrevido: “Experiencia Escatológica”, en donde nos invita de alguna forma a tomar conciencia de lo que significa el sacramento de la recepción del cuerpo y la sangre de Cristo bajo las apariencias de pan y vino. Es el famoso “ya, pero todavía no”. Y esto es así porque Dios nos ha querido dar un anticipo de lo que anhela nuestro corazón, de una promesa que será cumplida y de la que la Iglesia es garante y custodio.

c. La temporalidad del Matrimonio.
Los sacramentos son signos visibles de una realidad invisible. Es bastante común el que a algunos matrimonios les agobie más de la cuenta la realidad de la muerte. Esa pregunta del sacerdote el día en que se han prometido mutuamente en el altar, deja una zozobra difícil de digerir:
¿Hasta que la muerte nos separe? Todo lo vivido, esa entrega en totalidad a otra persona, ¿se queda en los años vividos en esta tierra? La escatología nos recuerda que todo lo que es bueno, bello y verdadero en esta vida será llevado a la plenitud en la futura. Por lo tanto, lo que desaparece no es mi relación con mi esposo/a, sino el sacramento que hacía referencia a mi destino eterno. Dicho de otra forma, cuando llego a mi destino ya no me hacen falta las señales que me indicaban el camino. El abrazo esponsal del matrimonio hace referencia a la plena comunión en el cielo. Por ello una vez alcanzada mi meta, ya no necesitaré de ese signo. Por el mismo motivo, la procreación es una realidad sólo en este mundo, y nos recuerda al mismo tiempo que los hijos son engendrados para la eternidad. Nos dice San Juan Pablo II las palabras a las que se refiere en su diálogo con los saduceos sobre la temporalidad del matrimonio, “son como un nuevo umbral de la verdad integral sobre el hombre4. Lo que está por venir es aún mejor que lo que hemos experimentado. En el otro mundo no sólo se conservará la íntegra subjetividad de cada hombre y cada mujer, sino que «la adquirirán en una medida mucho más perfecta» 5

d. La Espiritualización del cuerpo.
Aquí es donde tenemos que hacer un esfuerzo supremo. Lo que conocemos es un cuerpo corruptible, un cuerpo que envejece y muere. ¿Cómo será entonces ese cuerpo resucitado? Desde luego cualquier cientifismo al respecto resulta totalmente inútil, porque el resultado final no depende de la física ni de la biología, sino del mismo poder Creador de Dios que existía en el principio, Si Dios ha creado todo de la nada y nos damos cuenta de las dimensiones del Universo, entonces tenemos que reconocer en primer lugar, que no le será difícil recomponer lo que se había descompuesto. Lo corruptible de mi ser, es decir mi cuerpo, será llevado a un grado mayor de perfección. Mi alma permanece porque es principio espiritual no corruptible en cuanto a la temporalidad de la materia, puesto que no tiene. Pero es una realidad que yo sólo tengo razón de ser con mi alma y mi cuerpo. Por ello, ese tiempo que pasa desde mi muerte, en donde se da el juicio particular, hasta la resurrección que corresponde con la segunda venida de Cristo y el Juicio final, estaré en un estado de felicidad muy superior al que experimento en esta tierra, pero mi felicidad todavía no será plena puesto que carezco del cuerpo que me hace ser quien soy en plenitud. Yo soy mi cuerpo. Y a la luz de la resurrección no podemos de ninguna forma tratar con desprecio a nuestro cuerpo. Respecto a qué cualidades tendrá ese cuerpo espiritualizado, divinizado sólo podemos saber algunas cualidades veladas por el testimonio de los discípulos en cuanto a la Resurrección del Maestro: Es un cuerpo que no estará sometido a las leyes físicas, químicas y biológicas que conocemos. Un cuerpo que será para la Gloria y de ahí que sea un cuerpo glorificado. Un cuerpo ajeno al sufrimiento y que será llevado a su plenitud. La esperanza cristiana aquí toca a todas las realidades de la humanidad, incluso a las más duras e incomprensibles.

Preguntas para la reflexión:

1) A la luz de la doctrina del hombre escatológico, ¿Puedo decir que vivo dando testimonio permanente de mi esperanza? ¿Cristo resucitado ha invadido mi vida al grado que transmito optimismo vital?
2) ¿Entiendo que mi matrimonio en un signo de comunión eterna? ¿He quitado a mi cónyuge la carga de tener que llenar por completo mis ansias de felicidad?
3) ¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿He dejado entrar la monotonía y la rutina de tal forma que ya no soy consciente de lo que estoy viviendo? ¿O el gozo de esta “experiencia escatológica” me hace disfrutar y agradecer a Dios su promesa: “yo me quedaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”?
4) La Teología del Cuerpo en este aspecto, ¿me ayuda a hacer un duelo? ¿Hay todavía en mí alguna herida por la pérdida de un ser querido que tenga que ser curada y así exprese el gozo que está por venir?
5) PROPUESTA: Escoged en grupo un número del Catecismo de la Iglesia Católica que se ofrecen en el anexo y comentadlo con el objetivo de hacerlo vida.

ANEXO

La fe, como dice Hb 11,1, es sustancia de las cosas que se esperan, es decir, es ya presencia de esa vida eterna prometida y esperada. «La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Co 13,12), «tal cual es» (1 Jn 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna» (CIC, 163).
La fe, como dice Hb 11,1, es sustancia de las cosas que se esperan, es decir, es ya presencia de esa vida eterna prometida y esperada. «La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Co 13,12), «tal cual es» (1 Jn 3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna» (CIC, 163).
¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, 8 mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús (CIC # 997)
El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. (CIC #n1020)
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre. (CIC # 1022)
Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. (CIC # 1024)
Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una nueva purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. (CIC # 1030)
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. (CIC # 1035)
Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. (CIC # 1039)
El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. […] El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte. (CIC # 1040)
“La revelación del cuerpo penetra en el corazón de la realidad que experimentamos, y esta realidad es sobre todo el hombre, su cuerpo, el cuerpo del hombre “histórico”. Al mismo tiempo, esta revelación nos permite sobrepasar el radio de alcance de la experiencia histórica en dos direcciones. Ante todo, en la dirección de ese “principio” al que Cristo hace referencia en su diálogo con los fariseos respecto a la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 3-9); en segundo lugar, en la dirección del “otro mundo” sobre e l que el Maestro llama la atención de sus oyentes en presencia de los saduceos que “niegan la resurrección” (Mt 22,3). Estas dos “ampliaciones del radio de alcance” de la experiencia del cuerpo (si así se puede decir) no son del todo inalcanzables para nuestra comprensión, (obviamente teológica) del cuerpo. Lo que el cuerpo humano es en el ámbito de la experiencia histórica del hombre, no está totalmente desligado de esas dos dimensiones de su existencia, reveladas mediante la palabra de Cristo.” (HM 68, 5)
“Ciertamente, el acceso a la experiencia del origen o a la experiencia escatológica no se da por medio de método empíricos y meramente racionales (Cfr. Catequesis 69.2), sino que el acceso es, por así decirlo, a través de una “fenomenología teológica”, es decir, a través de la experiencia humana redimida. Por la redención el hombre puede descubrir que «lleva estas dos dimensiones en lo profundo de la experiencia del propio ser.” (HM 69, 2).

1 Cor 2, 9
2 (HM 87, 3)
3 (HM 93, 2)
4 (HM 69, 8)
5 (HM 68, 2)

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