Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II – 2

sábado, febrero 3rd, 2024



Publicado por congregacion

Volviendo al origen. Creados por amor para amar.

Alguna nota sobre la Teología del Cuerpo. Belén Martín

Antes de empezar: recordemos el esquema de las Catequesis de San Juan Pablo II que nos fue presentado en el aula magna de la Universidad Francisco de Vitoria. Este nos servirá a lo largo de todo nuestro curso. En él, se ve el itinerario completo que sigue San Juan Pablo II en su reflexión sobre el amor humano. Es un recorrido por las verdades de nuestra fe, por lo que no encontraremos novedades en cuanto al contenido. La originalidad de JPII fue explicar estas verdades a través de la lente de la Teología del Cuerpo, concluyendo que nuestro cuerpo, precisamente en su diferencia sexual, revela el amor de Dios. Hay, por tanto, que aprender a mirar el cuerpo.

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Estas son las dos grandes preguntas que quedan iluminadas por la Teología del Cuerpo: ¿Quién soy? O, dicho de otra forma, ¿Qué significa ser hombre/ mujer? y ¿para qué estoy aquí o qué es lo que tengo que hacer para alcanzar la felicidad que permanentemente estoy buscando? Son preguntas que llevamos en el centro de nuestro ser. (vocación).

I. Despertar

Cuando Juan Pablo II era Karol Wojtyla, un joven sacerdote ordenado en clandestinidad, seguro de su vocación y muy vinculado a sus amigos, gustaba de hacer actividades con sus amigos al aire libre, caminar por la montaña, hacer excursiones de días y charlar en torno a una hoguera eran algunas de sus actividades preferidas. Espacios en que la Naturaleza hablaba el lenguaje del Dios creador y en que los amigos y también alumnos a los que acompañaba le expresaban con su propia experiencia cómo vivían el amor humano entre ellos (había parejas de novios, y también matrimonios jóvenes, solteros en busca del amor, etc.). En estas charlas, Karol Wojtyla escuchaba las experiencias de los jóvenes y entreveía el lenguaje del creador en el lenguaje del cuerpo masculino y femenino. A la vez, al mirar la naturaleza reconocía una sobreabundancia del Amor de Dios que se nos dona en la belleza de la montaña, del arroyo, del atardecer…

Por tanto: la experiencia es el punto de partida. Pero ¿qué experiencia? La personal, la de sus amigos, la de cada uno de nosotros. Hay una certeza, y es que mantenemos en nuestro ser el sello del Creador. Por lo tanto, la experiencia humana se presenta como fuente de conocimiento. No estoy hablando de un relativismo, de un “para mí esto es así”, sino de entender que a través de lo que experimento puedo descubrir quién y cómo soy.

Os propongo que traigáis a la mente una experiencia potente en vuestra historia, algo que os haya puesto ante algo muy bello (la naturaleza, una obra de arte), o muy verdadero (un amor bonito, una amistad fiel, una entrega vocacional…) o muy bueno (una comunidad que funciona, algo justo que se resuelve en pro del bien común…) También lo que es desagradable puede estar incluido en estas experiencias (llevar adecuadamente una enfermedad, no perder la esperanza en situaciones laborales dificilísimas…)

Ante estas experiencias ¿qué te han provocado? ¿qué pregunta te has hecho cuando las estabas viviendo? ¿qué surge en tu corazón ante esa experiencia?
La mayoría de las veces -si nos damos tiempo s “escuchar” esa experiencia y lo que nos despierta- aparece ante nosotros una pregunta ¿de dónde viene tanta belleza? ¿quién puede vivir así? ¿podría yo vivir así? ¿quién se ha inventado, ha creado, ha permitido, esto? ¿por qué experimento este asombro, esta atracción hacia esta belleza? ¿de dónde salen tus fuerzas? Algunas de estas preguntas pueden derivar en ¿quién soy yo para poder contemplar (experimentar, compartir…) tanta belleza, bondad…?

¿Veis? Surge la pregunta honda, humana, permanente por mi identidad: ¿quién soy? no se puede iluminar esta pregunta sin preguntarse por el origen ¿quién soy? y si estiramos mucho esta pregunta ¿cómo ha pensado Dios que seamos el hombre y la mujer? ¿qué había en el principio?

II. Descubrir.

¿Tiene algo que decir la teología del cuerpo a esta pregunta?
Juan Pablo II comienza sus catequesis con la pregunta por el principio, porque rescata la pregunta que los fariseos hacen a Jesús “¿es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa?” (Mt. 19). Es verdad que esta pregunta, a primera vista, no parece tan profunda como las planteadas más arriba…. Pero si se excava en el deseo que hay en lo hondo del corazón humano, esta pregunta puede sustituirse por ¿cómo amar bien? ¿se puede amar siempre? ¿se puede perdonar todo? ¿Acaso no es la pregunta de las parejas de novios que tenemos cerca? ¿no es la pregunta escondida en tu corazón cuando miras, como de lejos, tu matrimonio?

Jesús responde esta gran pregunta del corazón humano (de los fariseos y nuestro) remitiéndose al “PRINCIPIO”, pues anuncia que al principio no había divorcio, sino que Dios pensó en el hombre y la mujer para vivir unidos para siempre, en comunión con Él, con la creación y entre ellos.

Es decir, “el principio”, si sabemos mirarlo, ilumina lo que soy hoy. Jesús remite al principio y cita el Génesis. Para Dios el principio es lo que salió de sus manos creadoras, lo que existía antes de la desobediencia del hombre y la mujer. Lo que había al inicio tal y como Dios lo había pensado y amado: todo en armonía, creado para su Gloria. Es ahí donde hay que mirar para responder, al menos inicialmente, a la pregunta ¿quién soy?

Soy, por tanto, creatura, salida del mismo aliento de Dios y moldeada por sus Manos. Creados a su imagen y semejanza. “Hombre y mujer los creó”. Llevamos, pues, el Amor en nuestro origen más genuino. Y su sello ha quedado en nuestra persona. El ser humano es cuerpo y alma en una unidad que era perfecta en el principio; y todo él expresa ese Amor de Dios. Un cuerpo espiritual o un espíritu encarnado: esta es la verdad de la persona, y revela la imagen de Dios. No hay persona humana que no sea corporal. De hecho, la Teología del cuerpo afirma que el “cuerpo es la persona en su visibilidad”. Y es precisamente en el cuerpo, en la diferencia sexual (hombre y mujer los creó) en donde se encuentra la imagen más perfecta de Dios. “… el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.2
Amada por Dios por sí misma, por tanto, dotada de suprema dignidad, con valor en sí misma. Con el sello del amor en su corazón, en toda su persona, y, por tanto, también en su cuerpo. “Ser persona, tener dignidad plena, evidentemente es un hecho que precede a la relación con los demás, pero solo a través de algunos encuentros verdaderos nos damos cuenta de lo que significa serlo3

Nuestro cuerpo habla de nuestro origen y se empeña en recordárnoslo en nuestro ombligo que es la cicatriz, la marca de la filiación: venimos de otro, de Otro en definitiva (del amor creador de Dios). El ombligo, el cuerpo, nos recuerda que somos contingentes, no nos damos a nosotros el ser. Lo hemos recibido de la sobreabundancia de Amor (el Trinitario) que se desborda y crea.

Pero el cuerpo no solo expresa nuestro origen, también nuestro destino y lo hace en la diferencia sexual, en la genitalidad, siendo la masculinidad y feminidad el signo más evidente de que estamos hechos para la donación, para la entrega al que es radicalmente distinto, encuentro que genera fecundidad. La donación es la mayor expresión del amor, por tanto, mirando el origen, mirando el propio cuerpo del hombre y la mujer tal y como Dios lo pensó, podemos entender que venimos del amor y que el sentido de nuestra vida es también el amor (entrega, donación de sí).

Es en esta donación en la que el hombre se conoce más a sí mismo, madura y alcanza su plenitud como nos recuerda la encíclica Redemptor Hominis:

“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece a sí mismo como un ser incomprensible, su vida permanece sin sentido si no se le revela el amor, si no lo experimenta o no lo hace suyo, si no participa en él vivamente”4.

Adán se enamoró de Eva porque se descubrió a sí mismo en el encanto del cuerpo de ella. Él la reconoció aun antes de conocerla. Pero el enamoramiento es solo una intuición del bien originario. Es una intuición que exige un trabajo cotidiano. Lo iremos viendo en las próximas sesiones.

Es precioso ver como desde el principio, el amor revela al hombre. Y esto es algo totalmente lógico si partimos del principio que nos revela Genesis 1: hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, de un Dios que es amor. Por lo tanto, hemos sido creados a imagen y semejanza del amor, de un amor trinitario, un amor que es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo. De hecho, nos recordará San Juan Pablo II y después Benedicto XVI, que toda la doctrina de la Iglesia se basa en la revelación de un Dios que se nos da a conocer como tres personas, perfectas cada una de ellas al mismo tiempo que diferentes. Y todos los actos en la Iglesia comienzan santiguándonos, es decir invocando a las tres personas de la Trinidad.

Iremos profundizando en esto conforme nos adentremos en el curso.

III. Decidir: Cuestiones para la reflexión:

• Visto mi origen ¿qué experiencias mías actuales puedo comprender mejor? ¿qué explicación les doy? ¿qué luz reciben?
• ¿Qué tiene que ver el relato del Génesis conmigo hoy?
• Y en relación con la experiencia, o acciones, o reacciones de otros, ¿qué he descubierto?
• ¿Cómo expresa el cuerpo -mi cuerpo- el lenguaje del amor? ¿En qué diversidad de gestos lo identifico (no solo ahora, sino también a lo largo de la vida)? ¿qué significado profundo tienen estos gestos?
• ¿Comprendo que el cuerpo es sacramento de la persona? ¿qué significa para mí que el cuerpo sea la persona misma en su visibilidad?
• ¿Qué importancia he dado a mi cuerpo? Cuándo actúo, ¿cómo coinciden -o no coinciden- mis acciones con esta verdad antropológica?

1 Imagen propiedad de Yiós.
2 GS 24.
3 SICARI, A. Breve catequesis sobre el matrimonio. Ed. Encuentro (2ª edición), Madrid, 2006, pág.13.
4 JUAN PABLO II. Redemptor Hominis 10.