UN CAMINO PARA RECORRER – 3

jueves, febrero 1st, 2024



Publicado por congregacion

INTRODUCCIÓN 

Ignacio cayó pronto en la cuenta de que de la consolación y de la desolación emanaban dos tendencias contrapuestas. Ninguna de ellas se identificaba exactamente con la vivencia de donde nacían. Y ambas corrían el riesgo de que en ellas se enroscara la misma tentación: fiarse de uno mismo y no de Dios. El hombre o bien se llena de “soberbia” y se atribuye la consolación, o bien se viene abajo con la desolación. En el ejercitante de Primera Semana, por no hallarse todavía sólidamente afianzado en el seguimiento de Jesús, predomina la impresión afectiva del desaliento y la “tentación” espontánea de huir.

Ésta es una experiencia que se remonta al mismo Evangelio. Jesús, en muchas de las parábolas, cuando se mezcla con los pecadores y fustiga la suficiencia de los fariseos, no tiene otra intención que purificar la relación del hombre con Dios. El hombre es pura “indigencia”, pero Dios le perdona y le ama. Todo lo recibe gratuitamente de él y de su amor. Nada le pertenece y, por este motivo, a nadie puede despreciar, creyéndose bueno o mejor. De ahí se deduce que el camino espiritual implica verdadera humildad, que consiste en vivir afianzado en el verdadero amor; en saberse pobre y pecador, pero querido por el Dios y Padre de la misericordia. Y en caminar entre los éxitos y las pruebas de la vida, con grande ánimo y liberalidad, con la confianza puesta no en uno mismo, sino en el poder, en la misericordia y en la amistad del Señor.

San Ignacio acaba la Primera semana describiendo un sabio principio espiritual: Dios es Amor y es el único que puede salvar. Venirse abajo o huir es vivir a merced de la sensibilidad y no estar a la altura del verdadero amor, que ha de pasar por la prueba, fiado de Dios. Creerse el mejor y atribuirse el bien es desconocer el amor, que vive de la alegría de no usurpar nada a la gloria de Dios, sino que goza en dejarse amar. Todo es don y gracia [322]. Y el hombre es pobreza amada desde el perdón, que vive en quien sabe que le ama. Ese es el fruto precioso que se deriva del que sabe que sólo su amor y su gracia le bastan.

EL MODO CORRECTO DE COMPORTARSE EN EL TIEMPO DE LA DESOLACIÓN [318-321] 

Las reglas [318] a [321] son un pequeño tratado de normas de funcionamiento para el hombre que se halla en desolación, o un período breve o prolongado. Se dividen en dos bloques: [318-319] por una parte, y [320-321], por otra.

El hombre desolado tiende siempre a cambiar el camino emprendido (la orientación de su vida), y tiende a abandonar y huir. Es la «tentación» que deriva casi espontáneamente de sentirse como separado de Dios.

El hombre en el tiempo de la desolación se halla bajo el influjo de las vivencias tristes (“desoladas”), y guiado por las sugerencias del mundo y del espíritu del mal, se le ofrecen otras alternativas más gratificantes que miran a la orientación de su vida.

El hombre reacciona contra la desolación sirviéndose de tres “armas” fundamentales: la oración, el examen y la penitencia. Al ‘intenso mudarse’ le corresponde ahora el «instar (insistir) más». El más de esta regla se refiere a la firmeza y constancia de la determinación previa, y añade un plus de intensidad ánimo a la tendencia de huir y de los consejos mundanos sugeridos por el enemigo. Las “armas” son, pues, la expresión pormenorizada del ‘magis’, y manifiestan el verdadero amor.

Abarcan tres ámbitos: la oración. Porque en tiempo de desolación es lo primero que el hombre suele abandonar. San Ignacio nos anima a ir más allá («alargamos en»), dedicar más tiempo de lo estrictamente establecido para la oración, la práctica de alguna penitencia conveniente y un examen más detenido.

Las reglas 320-321 enmarcan la desolación en una perspectiva algo sorprendente: la de la providencia divina. Dado que el hombre es capaz colaborar con la gracia, presenta la desolación como una ocasión para aprender a poner la confianza exclusivamente en Dios.

En la desolación el hombre queda a merced de sus potencias naturales y esto le hace experimentar su impotencia. Lo que le brota -espontáneamente- es la sensación de indefensión y desvalimiento ante lo que le parece inevitable: me hallo ante una dificultad imposible de superar. Es una vivencia que tiende a absolutizar desproporcionadamente nuestra incapacidad, y suele agrandar imaginariamente la dificultad real. Esa sensación debilita las ya mermadas energías del ejercitante, que ahora tiene que oponerse y resistir a las “impresiones afectivas” que le aplastan.

El ejercitante vive de la fe en el poder de la gracia, sabiendo que la gracia “lo puede todo”. «Creer que uno lo puede todo», eso no es creer. «Creer que tú lo puedes todo con Dios», eso es creer. La gracia es entonces gracia eficaz, aunque en estos momentos esté desprovista de ‘gustos sensibles’. Por la gracia, el hombre, desde su libertad, se abandona al misterio de Dios, fiado de su Criador y Señor y se afianza, no en sí mismo, sino en la verdadera relación de amistad con Dios.

La desolación es un lenguaje. El ejercitante, ayudado por su director, le toca interpretar la prueba y su finalidad y desentrañar el significado último de la acción de Dios. El Señor nos suele dejar en prueba, sin sentimiento sensible, porque éste suele ser el modo habitual de obrar Dios con sus elegidos. Piense que pronto volverá a “gustar y sentir”, si es que los ejercitantes empleamos “las armas” recomendadas por san Ignacio. Es como que Dios pretendiera que el hombre dé pruebas de cómo ama resistiendo en la adversidad que le sobreviene. Por el modo de reaccionar se pone de manifiesto quién es quién y cómo ama, el desinterés de su amor… Se comprueba en qué medida es capaz de ‘alargarse’ en el servicio desinteresado, cuando aparentemente no recibe recompensa alguna por su generosidad. La prueba se ordena a que se manifieste la calidad de su amor. Será verdadero si resiste las vejaciones y da señal de verdadera y silenciosa paciencia, por ser ésta una virtud un tanto olvidada, pero signo inequívoco del verdadero amor que lo espera todo sólo de Dios.

EL MODO CORRECTO DE COMPORTAMIENTO EN EL TIEMPO DE LA CONSOLACIÓN [323-324] 

San Ignacio, al ejercitante, le hace hincapié en la necesidad absoluta de humillarse y abajarse cuanto más, mejor. La advertencia se refuerza por la extrema pobreza en la que el hombre se ve postrado en el tiempo de la desolación. San Ignacio pone el acento en la actitud correcta, ésa que el hombre debe adoptar en su relación con Dios. En su camino de “bien en mejor subiendo”, hacia adelante, para en todo acertar, es preciso que se abaje más y más, y no se atribuya a sí los dones, que sólo a Dios le pertenecen. El hombre es pura pobreza, a quien Dios le regala su amor, que de suyo no le pertenece.

La desolación y la consolación desempeñan funciones complementarias, para que el hombre acierte con el camino exacto de una relación de amistad con Dios, puramente desinteresada. Para ello debe abajarse y humillarse lo más posible. Porque en la vida espiritual el camino no consiste en ir «hacia arriba», ya que eso equivaldría a apropiarse de los dones de Dios, sino más bien en caminar «hacia abajo», adentrándose en el desinterés y de la gratuidad, donde tiene lugar la verdadera relación de amistad.

Dios regala la consolación para que el hombre recobre fuerzas, y para que pueda afrontar otros períodos de prueba en la vida, incluso los más difíciles, sabiendo que Dios está con él y le ama. En la desolación no debe confiar en sus propias fuerzas, sino soportarla «colgado de Dios», que nunca le falta ni le falla. La gratuidad no consiste en atribuir a Dios los dones, sino en un abandono filial y confiado en el poder de Dios que me sostiene en la debilidad humana, también en la noche de la prueba y de la oscuridad. Se pone de manifiesto en la fortaleza, propia de quien, apoyándose en el poder de Dios, soporta con paciencia las pruebas y tribulaciones de la vida.

Llama la atención que, en este bloque, dedicado a la consolación aparezca con tanta fuerza el tema de la desolación: «procure humillarse» y «tome nuevas fuerzas», dos reflexiones que apuntan hacia el tiempo de la desolación. En la vida espiritual la lección más difícil es ser humilde y atribuirle a Dios los dones, abandonándose a Él y a su poder. Pero la experiencia dice que también las pruebas hacen estragos, porque llevan a la desconfianza y, de hecho, mucha gente abandona en esos momentos. Por ello, San Ignacio instruye al ejercitante sobre el comportamiento, sufrido y paciente, que habrá de asumir y mantener para “resistir” en la desolación. Si aprende a reaccionar así frente a la prueba y la desolación, ésta se convertirá en un período transitorio que pronto pasará: «presto será consolado» [321].

La consolación conlleva un fuerte impulso «hacia arriba», que llama y atrae a las cosas celestiales [316]. Pero puede convertirse en una trampa si el hombre se la atribuye o piensa que la puede alcanzar por sí mismo, o imagina -ingenuamente- que ya no volverán los tiempos difíciles de la aridez-oscuridad, o renuncia a su deber de resistir y luchar.

Persuadirse de que el hombre, dejado a sus solas fuerzas naturales, es simplemente eso, debilidad radicalmente necesitada e incapaz de obrar el bien; y humillarse lo más posible, fiándose exclusivamente del poder de Dios, es la piedra de toque de la verdadera humildad que el hombre necesita en el tiempo de la consolación. Porque tener viva la conciencia de mi extrema pobreza, acogida en el amor, es el único lugar adecuado para el servicio y la adoración (‘en todo amar y servir’), y es ahí donde acontece la verdadera relación de amistad, que se sitúa más allá de los dones y de las pruebas de la vida. El modo de recibir los dones de Dios, sin atribuírselos uno mismo, sino remitirlos siempre a Él, es el camino más rápido y mejor para superar ‘correctamente’ las pruebas de la vida en la desolación.

No todo es malo en la desolación, ni todo bueno en la consolación. Ambas se complementan.

Preguntas: 

1.- En los EE ¿somos conscientes que el que obra y hace es el Espíritu de en nosotros? ¿Qué lo nuestro es recibir y agradecer? ¿Vamos aún “nosotros a hacer los EE”?

2.- ¿Sabemos que la desolación es también lenguaje de Dios? ¿Cómo solemos reaccionar cuando entramos en fase de desolación?

3.- ¿Remitimos a Dios todo consuelo y toda gracia, conscientes que no los merecemos, sino que Él, en su generosidad, nos da su amor “porque quiere”?