MARÍA Y LA EUCARISTÍA (P. J. de la Cueva, SJ) – 8

jueves, febrero 1st, 2024



Publicado por congregacion

Tema 8. MARÍA Y LA EUCARISTÍA

A. Toda la Eucaristía está impregnada de Marianismo

La Eucaristía es la síntesis de todo el Cristianismo. El Cristianismo es el misterio de una Persona y un Hecho: Cristo Jesús que muere y resucita.

Ambas realidades, Persona-Hecho, son inseparables. Y eso es la Eucaristía: Presencia y permanencia de Cristo y su acción salvadora. Por ambas vertientes María está inseparable e inevitablemente inserta en el Jesús histórico y en el Jesús eucarístico.

Esta doble vinculación está marcada por dos misterios fundamentales de la Mariología:
■ La Maternidad divina que une a la Virgen a la Persona divina de Jesús.
■ La Corredención que la constituye en intima colaboradora en la obra de su Hijo.

María le da a Jesús su propia sustancia biológica para la formación de ese Cuerpo que será después Eucaristía. Pero no sólo es María Madre biológicamente, María cuida a su Hijo en todas sus necesidades, es educadora y formadora de su sicología, es su confidente y su compañera a lo largo de todos los años de íntima convivencia en que María iba guardando tantas cosas amorosamente en su corazón.

Además, María es “la Mujer”, la Mujer por excelencia colaboradora con el Hijo del hombre en su misión salvadora.
Es significativo que las dos veces que en el Evangelio Cristo da nombre su Madre use, precisamente, esa palabra: “Mujer”. Conviene indicar que se trataba de un título de respeto que equivaldría al nuestro de “Señora”, pero, además, es un modo de subrayar su vinculación con “el Hombre”, y esto precisamente en dos momentos claves:

(Jn 2, 4). En Caná, cuando Jesús da comienzo a sus “signos” mesiánicos.
(Jn 19, 26). Al pie de la cruz cuando se está consumando la Redención y Jesús extiende la maternidad de María al Cuerpo místico.

B. El Concilio Vaticano II confirma lo dicho

“El Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que, de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyera a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande”

“Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente”.

“Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte”.

“La Santísima Virgen (~…) mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado”.
“Uno solo es nuestro Mediador según las palabras del Apóstol (1 Tm. 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. (…) Se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta”.
Es importante la cita que aquí hace el Concilio de la carta a Timoteo, porque en ella se basan los protestantes para negar la corredención de María, como si afirmarla equivaliese a negar a Cristo su condición de “único mediador”.

La Iglesia responde que la Virgen no es un instrumento separado ni una mediadora “por su cuenta”, sino en cuanto constituye una unidad perfecta don Cristo Salvador, Redentor y Mediador.
“La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia”. “La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador” (LG 56-62).

Como consecuencia de estas realidades pensamos que se puede hablar de una “quasi presencia” de María en la Eucaristía. En efecto, si Ella está unida inseparablemente a la Persona y al Hecho salvador de su Hijo, y la Eucaristía es la presencia de esa Persona y ese Hecho, por ambos motivos María está “de alguna manera” en la Eucaristía.
Válganos un ejemplo (sólo un ejemplo) para intentar aclara un poco lo que hemos dicho.

Bajo las especies de pan está presente sólo el Cuerpo de Cristo “vi verborum” (por la fuerza de las palabras eucarísticas) es decir, en virtud de lo que expresan las palabras de la consagración; “Esto es mi Cuerpo”. “Vi concomitantiae” (por razón de la concomitancia o unión real) porque están inseparablemente unidas al Cuerpo, se presencian también la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo. Del mismo modo en el cáliz “vi verborum” está presente sólo la Sangre; pero “vi concomitantiae” están también el Cuerpo, el Alma y la Divinidad. Por eso el que comulga bajo una especie sacramental no recibe menos que quien lo hace bajo las dos, aunque la expresión ritual sea menos viva en la comunión bajo una sola especie.

Esto supuesto, pensaríamos que se podría hablar de una a manera de tercera presencia de María por razón de la íntima, absoluta e inseparable conexión con la Persona de su Hijo y su acción salvadora que continúa verificándose en la Eucaristía. Parece que, si María de hecho fue indispensable en la obra de la Redención, lo sea también en su continuación y prolongación eucarísticas.

C. ¿Participó María en la Cena de la institución de la Eucaristía?

Podríamos pensar que sí por tres capítulos de razones:

1. Razón histórica.
La cena pascual era y es entre los judíos una fiesta de familia en la que se reunían todos los miembros, hombres y mujeres. Estando María en Jerusalén parece natural que celebrara con su Hijo esta cena que tantas veces habían comido juntos, y más siendo ésta la última.

2. Razón teológica.
La Eucaristía es (ya lo hemos repetido) la presencia del Cuerpo de Cristo y de su acción salvadora. Por ambos motivos María está inseparablemente vinculada con Jesús. Lo mismo que presenció activamente la muerte de su Hijo ofreciéndolo y ofreciéndose con Él, parece suasivo que asistiera a la institución de la permanencia de ambas realidades.

3. Razón psicológica afectiva.
Una de las más entrañables ilusiones de un neosacerdote es que su madre participe en su primera Misa. Cristo es el mejor Hijo Sacerdote y María la mejor y la perfecta Madre de ese Sacerdote, ¿cómo no iba a hacer todo para que Ella participara en la primera Misa de este mundo?
Añádase que nunca nadie ha profundizado en el misterio eucarístico, en el sacerdocio y victimación de Cristo como la Virgen, Ntra. Señora.
Los sentimientos de la Madre y del Hijo en aquel encuentro eucarístico no son expresables en lenguaje humano. ¡Con qué plenitud Jesús se entregaría a su Madre inmaculada, sin impedimento alguno de imperfección, y cómo lo acogería Ella renovando la actitud y los sentimientos de la Encarnación, aumentados con el conocimiento que fue adquiriendo durante los años de contemplación y convivencia con su Hijo!
Nadie como María para enseñarnos ese misterio de amor e introducirnos en las profundidades del Corazón eucarístico de Jesucristo.

D. PROYECCIÓN PRÁCTICA EN NUESTRA VIDA

A. Conciencia de peregrinos
(Hb. 13,14). “No tenemos aquí la ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro”. Lucha contra la enorme tendencia, innata en nosotros, de afincamiento, de instalación, de seguridad, de evitación del riesgo a toda costa, de temor al compromiso…
No se trata del riesgo por la aventura, sino de la disponibilidad para arriesgar todo cuanto pide el Evangelio; y el Evangelio lo pide con mucho más frecuencia de lo que suponemos, en un mundo que sufre de múltiples maneras y en el que han de ayudarse como hermanos los compañeros de peregrinación.

B. Valoración de los bienes eternos, que Cristo nos consiguió a tan caro precio, y que constituyen la verdadera meta y destino de nuestro caminar
Sentido sapiencial de la vida como itinerario, pista de despegue para la eternidad o “mala noche en una mala posada”. “Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar…”. Lo dicen los profetas, los santos, los poetas, lo decimos nosotros… Pero vivimos de espaldas a todo ello y lo que significa.

No obtendremos la meta si no nos esforzamos en el camino. Parábola de los talentos. No heredará el cielo quien no trabaje la tierra. De aquí lo que debe ser nuestro empeño en construir y trabajar, aprovechando el tiempo según la voluntad de Dios. ¿Cómo usar el tiempo como el material de construcción que Dios nos ofrece para edificar la eternidad?

C. Amor a Cristo eucarístico, estima y agradecimiento a su compañía. Necesidad de experimentar vivencialmente su proximidad de caminante a nuestro lado. ¿Vivimos así la Eucaristía? ¿Dialogamos con Cristo compañero y viático? ¿Tenemos ratos de conversación y convivencia con Jesucristo en el sagrario?

D. Se le ha llamado al Espíritu Santo “el gran desconocido”. Es indispensable intensificar la vivencia de su presencia y contacto, de su actividad en la Iglesia, en nosotros, en los demás, en la Eucaristía… Sugerencias modestas:
No aumentar devociones; decir con intensidad y verdadera atención las oraciones que ya rezamos en las que se menciona al Espíritu Santo: Al santiguarnos, en el “Gloria al Padre…”, en el final de las oraciones “…en unidad con el Espíritu Santo…”, las diversas ocasiones que se le menciona o se le invoca en la Misa, etc.
Pensar de vez en cuando que aquellos con quienes tratamos son templos vivos del Espíritu Santo, que yo lo soy…

E. Tratar de secundar las inspiraciones del Espíritu Santo en nuestra vida y en nuestra conducta. La gran mayoría de las veces sabemos claramente lo que debemos hacer y cómo lo debemos hacer;
nos falta la fidelidad a lo que Él nos dice. No olvidemos que el Espíritu Santo habla desde los mandamientos de Dios y de la Iglesia, desde las Bienaventuranzas, desde las obligaciones particulares de cada uno, etc., y con bastante frecuencia, desde el sentido común.

F. Acudir a la Virgen para que Ella nos enseñe a profundizar en el misterio eucarístico.
Entrenarnos en reproducir la actitud de María en su entrega al Padre, a la Persona de Cristo, a su acción salvadora y a los hombres. Todo es uno.
La Eucaristía es un tremendo compromiso que María vivió en plenitud, y que nosotros hemos de vivir también. Eucaristizar todos los momentos de nuestra existencia haciendo de ellos obsequio a Dios.

G. Efusión en la entrega y servicio a los hombres: a los próximos, a los familiares con quien convivo, a los compañeros, y a los más lejanos, a los amigos y a los enemigos en un amor universal que se traduzca en obras concretas en todos los ámbitos

COLOQUIO
1. Explica cómo entiendes la “quasi presencia” de la Virgen en la Eucaristía y cuáles son las razones que te hacen más fuerza.
2. ¿Encuentras algo que comentar sobre la posible presencia de María en la última Cena del Señor?
3. ¿Cuáles son las conexiones más iluminantes que descubres entre el Espíritu Santo y la Eucaristía? Razónalas.
4. Consecuencias y aplicaciones prácticas para nuestra vida.