LAS TENTACIONES PROPIAS DE PRIMERA SEMANA – 5

jueves, febrero 1st, 2024



Publicado por congregacion

[325] La duodécima: el enemigo se comporta como mujer en que es débil ante la fuerza y fuerte ante la condescendencia. Porque así como es propio de la mujer, cuando riñe con algún varón, perder ánimo y huir cuando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan desmesurada; de la misma manera es propio del enemigo debilitarse y perder ánimo, huyendo sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro con las tentaciones del enemigo, haciendo lo diametralmente opuesto; y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la faz de la tierra como el enemigo de la naturaleza humana, cuando intenta realizar su dañina intención con tan crecida malicia. 

[326] La decimotercera: asimismo, se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto; porque así como el hombre vano, que hablando con mala intención requiere a una hija de buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras e insinuaciones estén secretas; y lo contrario le disgusta mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e intención pervertida, porque fácilmente deduce que no podrá salir con la empresa comenzada; de la misma manera, cuando el enemigo de la naturaleza humana presenta sus astucias e insinuaciones al alma justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; pero le pesa mucho cuando el alma las descubre a su buen confesor o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias: porque deduce que, al descubrirse sus engaños manifiestos, no podrá salir con el malvado plan que había comenzado.

[327] La decimocuarta: asimismo, se comporta como un caudillo para conquistar y robar lo que desea; porque, así como un capitán y caudillo de un ejército en campaña, asentando su campamento y mirando las fuerzas o disposiciones de un castillo le combate por la parte más débil, de la misma manera el enemigo de la naturaleza humana, rodeando mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales; y por donde nos halla más débiles y más necesitados para nuestra salvación eterna, por allí nos combate y procura tomarnos. 

INTRODUCCIÓN

San Ignacio advierte que, en 1ª y 2ª Semana, no son tan importantes los temas que el ejercitante medita/contempla, cuanto las tentaciones que puede ‘padecer’, que van a hacer de freno que va a entorpecer el camino de la conversión del ejercitante (congregante). El que es tentado grosera y abiertamente, hay que pensar que todavía es candidato de primera Semana. Por el contrario, si la tentación es más sutil, bajo apariencia de bien, será una señal que nos indica que el ejercitante (congregante) está en 2ª Semana, y habrá que emplear con él criterios de discernimiento propios de esa semana.

Hoy casi no se habla de ‘tentación’, y cuando se habla de ella lo hacemos de modo teórico, no a nivel experiencial. San Ignacio, sin embargo, no habla de teorías, sino que constata que la tentación existe, y que al ejercitante se le manifiesta vivamente como una “alternativa” del camino emprendido, y suele “sufrir” fuertes deseos de “tirar la toalla”. En este sentido, caigamos en cuenta que la tentación es real. ¿Quién de nosotros no la ha experimentado alguna vez? ¡¡¡Y en EE más!!! Se suelen sentir de varias maneras: 1) experimentando una fuerte gratificación, cuando se consiente un deseo desordenado, 2) sintiendo una fuerte atracción para “apartarse” de la decisión tomada inicialmente, 3) “pactando” con el pecado, (“no hay que exagerar… tampoco es tan grave”), o 4) “imaginándome qué bien me iría la vida sin Dios”.

En el texto ignaciano [325], cuando el hombre busca decididamente el bien, presenta algunos aspectos a tener en cuenta, aspectos que eran ya muy conocidos en su época:

El mal espíritu, enemigo de natura humana, no tiene poder, es débil. Actúa solamente en la medida en que se lo permite nuestro titubeo o Suele crear miedo y asustar, que es su arma principal. Hay que reaccionar firmemente y desde el principio, sin darle ocasión a que ‘mueva ficha’. Normalmente ejercer su influencia en zonas de ‘nuestra periferia humana’: pensamientos, sentimientos, imaginación, y no tanto en lo nuclear de nuestra libertad.

San Ignacio, como “remedio universal” para cualquier tentación, propone ser transparentes con personas más experimentadas, y así conocer y desenmascarar las astucias del enemigo. Su estrategia siempre es la misma: ‘observa nuestras virtudes y defectos, y sin prisa, nos ataca por los puntos más débiles. Su arma principal son los malos pensamientos, que agrandan “las dificultades” y, una vez que se han colado en la imaginación, suelen ser imparables. Aparentemente se presentan como buenos (“sub specie boni: bajo especie de bien”), pero el final siempre acaba mal. Por ello se debe acudir a la experiencia de otro o al discernimiento desde el final de “la película”.

San Ignacio para la tentación manifiesta, más propia de Primera Semana, creó tres parábolas, con un estilo muy personal. Y la tentación «bajo especie de bien» la reservó para etapas posteriores, más propias de Segunda Semana, y que veremos en los próximos meses. La propia de Primera semana seduce descaradamente y empuja a que el ejercitante dé media vuelta y vuelva a la vida que dejamos atrás, o claramente hacia el mal. La tentación de Segunda Semana, como veremos, posee un matiz más ‘especulativo’, más sofisticado. Se presenta bajo apariencia de bien, pero oculta otra realidad, que es preciso desvelar.

Los común a las tres Reglas que estamos viendo en este tema [325-327] es que san Ignacio no habla de consolación ni de desolación, sino que estamos en un tiempo, normalmente prolongado (los solemos llamar ‘crisis’) en que el hombre de Primera Semana experimenta ‘resistencias’ muy fuertes para que deje todo y no “comprometa su vida” en el seguimiento personal del Señor.

San Ignacio descubre tres estrategias del enemigo, y las simboliza en tres imágenes:

a. [325] La mujer es «una fuerza aparente», pero, en realidad, es En cuanto se le resiste, huye, aunque normalmente se disfraza de ‘poder’. El hombre honesto, que riñe con ella, es el que posee la fortaleza, siempre y cuando que no titubee ni afloje en su decisión.

b. [326] El seductor, que pretende abusar de una doncella inocente, valiéndose de la estrategia del mutismo (silencio-secreto) que impone a la Pero la ‘hija del buen padre o la mujer del buen marido’ suelen conservar fácilmente su honestidad con tal de que sigan el principio de la transparencia a su verdadero amor o a aquella persona que, queriéndola ayudar, lo puede desenmascarar. La tentación, una vez que queda al descubierto, se desvanece sola.

c. [327] El caudillo de un ejército que basa la estrategia en el conocimiento de los puntos más débiles de las murallas que pretende asaltar, y sobre ellos apuntará su artillería. No las logrará conquistar si se refuerzan en los puntos débiles.

San Ignacio, muchas veces, explica las cosas espirituales por medio de metáforas tomadas de la realidad. El de Loyola nos invita a que pongamos mucho rostro a la tentación; seamos transparentes para decírselo a quien verdaderamente pueda denunciar el engaño; y, sobre todo, cuidemos de estar atentos a nuestros puntos más débiles, que pueden echar todo a perder. Seguir adelante en la vida espiritual, depende de determinados principios que el congregante habrá de seguir siempre, sin dudar ni poder dudar. Quizá el principal sea que en todo procedamos hacia adelante, haciendo el «oppositum per diámetrum: ‘lo diametralmente opuesto’» cuando veamos la afección desordenada, la inclinación, la tentación abierta y grosera o la desolación espiritual.

  • LA PRIMERA PARÁBOLA: LA TENTACIÓN ES COMO UNA RIÑA [325]: NIVEL DE DECISIÓN.

El enemigo es débil y carece de poder, y la tentación es como una riña en la que alguien tiene que salir airoso. El combate acontece en un tiempo puntual, pero puede convertirse en permanente, caso de que el hombre no sepa o no quiera reaccionar. Pone de manifiesto (‘discierne’) la actitud del individuo, su debilidad o su firmeza frente a la dificultad y también su ‘nivel’ de decisión. Lo único que hace es desvelar la verdad de lo que somos.

Hoy, hacer uso de esta imagen -incluso en EE ignacianos- tiene una especial dificultad, debido al supuesto carácter «antifeminista» de la metáfora, que parece lesionar el papel de la mujer en un mundo muy “contaminado” en este campo. Pero no es esa la intención de San Ignacio, que quiere solamente expresar la dialéctica que se sigue en una riña, cuando los contrincantes son tan desiguales. En una riña, inconscientemente, la parte débil se ‘disfrazará’ de ser fuerte, de tener poder. Y, si vence, hará alarde de una despiadada crueldad. «El enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado». El enemigo es débil, pero se manifiesta como si fuese fuerte. Este es precisamente el mecanismo psicológico del débil y el signo de su cobardía: «Ser débil con los fuertes y déspota con los débiles». Es lo diametralmente opuesto de la magnanimidad ignaciana.

En esta pugna el enemigo toma la iniciativa valiéndose de la tentación, para lograr «su intención con tan crecida malicia». Él es el protagonista principal. La parábola/metáfora narra lo que le acontece al ejercitante (congregante). El enemigo toma dos opciones: a) se enflaquece, pierde ánimo y huye ante quien le pone mucho rostro y hace el ‘opositum per diametrum’ y b) su ferocidad crece y ante quien comienza a huir y a perder el ánimo frente a él. Las dos alternativas ‘dependen’ de la actitud que adopte cada uno. La clave de todo el desenlace es su reacción. La ‘valentía’ del varón enflaquece a la mujer; y su cobardía, por el contrario, le deja a merced de su ‘despiadada crueldad’.

La regla es ‘simbólica’ y muy ilustrativa. Va dirigida a la inteligencia y a la reflexión. Desenmascara la actitud del enemigo, pero también discierne en qué posición está el ejercitante (congregante). Si conocemos el mecanismo psicológico del enemigo, la tentación es como un mensaje que se envía al ejercitante, para decirle que la gracia siempre tiene el poder, mientras que el enemigo, por muy despiadado que pueda aparecer, es pura debilidad, con tal de que sepas reaccionar, haciendo ‘lo diametralmente opuesto’ a la inclinación de la tentación. La regla 325 pretende reforzar al individuo frente a esta aparente fortaleza de la tentación, para lograr que el hombre ponga su confianza en el poder de la gracia de Dios. 

  • EL ENEMIGO ES UN SEDUCTOR [326]: NIVEL DE TRANSPARENCIA

San Ignacio parte de una experiencia espiritual bien conocida por él: el hombre desolado, tiende a cerrarse, a guardar silencio y no ser transparente ni consigo mismo ni con los demás. Oculta su propia realidad, porque no desea verla y, sobre todo, porque no la quiere aceptar. Se avergüenza de verse en una situación que no controla. Comienza entonces a funcionar el «mecanismo de la negación», cubierto por el ‘velo’ del silencio.

San Ignacio, en la tradición espiritual de los Padres del desierto, había descubierto dos cosas: A) que era propio de ancianos, reconocer y desvelar el engaño; y B) que, por el mero hecho de sacar las cosas a la luz, de verbalizarlas, la “grosera tentación” se marchita, y el que estaba siendo tentado, él mismo, al exponerla, descubre el engaño y se da cuenta de qué tiene que El agobio pierde así carga afectivo-sensible, al ejercitante no le pesa tanto “lo experimentado”, pues sale de la oscuridad a la luz. La tentación es semejante a una seducción. La estrategia del ‘vano enamorado’ es querer que la persona seducida permanezca ‘muda’ y guarde silencio.

Existen dos opciones:

1.- El que seduce, desea que sus palabras sean mantenidas en secreto. Son palabras vanas y engañosas. Habla de amor, pero con segundas intenciones, incluso con intenciones depravadas, porque lo que desea es ‘conquistar la honestidad de la doncella’, haciéndola creer que su amor es limpio y honesto, y que no pasa nada si consiente libremente. Para lograrlo, trata de persuadirla de que es más conveniente que nada se sepa. Si lo comenta, entonces entrarán en juego “algunas circunstancias” que destruirían algo tan bonito y tan valioso como el amor que el vano enamorado le ofrece. Para el enemigo la incomunicación, el mutismo y el silencio encubridor es la clave de su éxito.

2.- El ejercitante (congregante) decide ser transparente y desvela el secreto. Si pone de manifiesto la seducción, se desvanece por sí sola y tiene muy pocas probabilidades de medrar. La tentación descubierta pierde aquella fuerza afectivo-sensible que había adquirido con el secreto de la oscuridad. Y el seductor deduce que, al ser descubiertos sus engaños, no podrá salir con éxito de la empresa comenzada.

San Ignacio, a la persona espiritual que conoce las mañas y ‘suasiones’ del vano enamorado (‘seductor’) la compara con un buen padre o un buen marido. Ambos, ya conocen las estrategias del “mal espíritu”, y además buscan el bien de la otra persona y no temen ni denunciar ni herir, con tal de que aparezca la verdad y el otro se salve. En la Tradición de los Padres del desierto, el anciano (=la persona experimentada) gozaba de una amplia experiencia que permitía informar al joven sobre aquellos engaños en los que no debía caer. La transparencia era el medio de superar la tentación. Y ese gesto ante la mediación humana era un signo de su sinceridad ante Dios. Así, se clarificaba la decisión del ejercitante (congregante), que reconocía al otro como sacramento que me descubre la voluntad divina. Su efecto psicológico es enormemente liberador, porque antes incluso de recibir respuesta, quien es transparente, ha discernido ya la propia situación y manifiesta su verdadero deseo de avanzar. En los EE el que los da hace de espejo, pues manifiesta la verdad que ya ha manifestado el otro.

Decir las cosas es un signo del oppositum per diametrum. Dios suele premiar esta transparencia con el consuelo de la verdad. La transparencia es un don por el que el Espíritu nos da luz para conocer los propios “pensamientos”, nos concede la libertad para manifestarlos y para dejarnos iluminar. La transparencia va precedida de la vigilancia del corazón, vigilancia, que de ordinario se concreta en el «examen de conciencia» y que puede llevar al sacramento de la confesión. Constatamos en la práctica, que uno ‘pierde’ transparencia cuando espiritualmente no se encuentra bien. La tentación le envuelve, le encierra en un gran hermetismo, e incluso en una falta de vivir en verdad consigo mismo. Uno suele ser el último en darse cuenta. La transparencia es un don, que no debemos confundir con tener un buen carácter o un modo de ser abierto. La transparencia es reconocimiento de los propios errores y pecados, y, sobre todo, libertad para “contarlo”, que se deriva de la luz recibida de «lo Alto».

  • LA PRUEBA ES UN ASEDIO PROLONGADO [327]: NIVEL DE VIGILANCIA ESPIRITUAL

En esta regla, San Ignacio cambia de escenario. Es otro ambiente. Pasamos al nivel bélico- militar. La tentación es un asedio al castillo ‘espiritual’. El enemigo basa su éxito en el estudio detallado de los puntos más débiles y vulnerables de la persona a quien desea atacar. Y el mecanismo psicológico que da pie a la tentación es que, en la persona, siempre aparecen, lo quiera o no, algunos puntos débiles, que el mismo desconocía al comenzar (Lc 14, 28-32). La clave del éxito consiste en conocer y reforzar los puntos más vulnerables. El significado ignaciano de esta fórmula, aparentemente voluntarista, no significa ir contra cualquier inclinación, sino contra la tentación, puesta la confianza en el poder del Señor.

Conclusión

Estas tres parábolas/metáforas, válidas para toda época, pero especialmente hoy, donde hay que volver una y otra vez a “optar” por el Señor, pues en muchos momentos vemos que la firmeza de nuestra decisión es todavía quebradiza. Y hay veces que estamos en ese momento porque estamos recién salidos de una purificación o prueba. Las tres imágenes nos hablan de tres puntos vitales de la vida espiritual: el nivel de decisión, la transparencia y la vigilancia espiritual. Deben ser cuidadosamente vividas, para que nuestra conversión sea real y podamos «proceder adelante» en el camino, superando los condicionamientos y podamos tener continuidad, teniendo comunidad.

NOTA: Creo que este tema es suficientemente práctico, y puede ser más enriquecedor compartir cómo vamos avanzando -o las resistencias que vamos encontrando- en la vida cristiana y en nuestra “vocación” de congregantes… y no tanto “responder” a unas preguntas. Creo que esta “perspectiva” ayuda a profundizar y a personalizar más en el tema. ¡Mucho ánimo!