LA CONSOLACIÓN SIN CAUSA – 7

jueves, febrero 1st, 2024



Publicado por congregacion

NOTA: Con este tema, terminamos las Reglas de Discernimiento de Segunda semana. Es un tema un “pelín” más complicado que los otros, por lo que, probablemente, requerirá una lectura más atenta y sosegada, e incluso más de una lectura. Pero creo que merece la pena el esfuerzo para poder entender mejor la “pericia espiritual” de san Ignacio a la hora de explicar la acción de Dios en el corazón de los creyentes. Nos puede ayudar, en vez de las preguntas, seguir compartiendo cómo vamos viviendo esta experiencia de plenitud en el amor y en la libertad interior, dos regalos que Dios hace al que le sigue “con grande ánimo y liberalidad”. ¡Mucho ánimo!

1.- ORIGEN DEL TEXTO IGNACIANO 

En la tradición monástica, el discernimiento de espíritus principalmente se centraba en la distinción entre el bien y el mal, y en los posibles engaños infundidos por los malos espíritus en la mente humana. Santo Tomás de Aquino, más tarde, se ocupó de una cuestión diversa y ajena al discernimiento, pero que a San Ignacio le preocupó mucho: si Dios actuaba directa e inmediatamente sobre la libertad, sin tener que servirse para ello de una representación sensible/intelectiva, y si esa acción divina supondría una privación de la libertad para el hombre.

San Ignacio se volcó entonces en querer aclarar cómo es el lenguaje de Dios, e hizo de él la piedra de toque del discernimiento de espíritus. Lo prueba el haber hecho de ‘la consolación sin causa’ la clave y el fundamento de la elección en los EE [175]. Es verdad que san Ignacio, en este campo, se apartó de la Tradición monástica precedente, y deja en un segundo plano la tentación, de corte más monacal, para desarrollar su propio pensamiento sobre la libertad, que viene de la comunicación inmediata de Dios, mediante el consuelo/consolación del amor.

San Ignacio hizo de este texto [336] la clave de la libertad cristiana, porque, en esa experiencia de inmediatez, el hombre llegaba a conocer ‘con evidencia’ la voluntad de Dios sobre su vida, y porque, en tal vivencia, coincidían la apetencia del hombre, que dimana del amor, y su decisión libre, que queda capacitada para acoger y cumplir la voluntad de Dios. San Ignacio es un maestro en “casar” libertad con amor.

El [336] se compone de cuatro partes bien diferenciadas:

1.- Consta de una inclusión que desempeña la función de «apertura-cierre» y sirve a la vez de «engarce» con el [336]: «Sólo es de Dios nuestro Señor» [330]y «por ser de sólo Dios nuestro Señor» [336].

2.- De la definición de la vivencia y de su explicitación: «dar consolación a la ánima sin causa precedente»; y «porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad».

3.- De la explicación de lo que se entiende por «sin causa», a saber: «Digo sin causa, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de algún obyecto, por el cual venga la tal consolación, mediante sus actos de entendimiento y voluntad».

4.- Y de la evidencia que esa experiencia suscita con relación a la voluntad de Dios: «Cuando la consolación es sin causa, dado que en ella no haya engaño» [336].

Es necesario mirar y discernir con mucha atención el tiempo que sigue a la consolación sin causa [336]. Seguida de su razón [336]: ‘Porque Dios no inspira inmediatamente los pareceres y propósitos del 2º tiempo de elección como lo hace en el 1º con el amor’.

Y de una conclusión que refuerza la advertencia inicial: A tales pareceres y propósitos no se les dé entero crédito ni se pongan en efecto, si antes no han sido («mucho bien») cuidadosamente examinados [336].

[336] 8.ª regla. La octava: cuando la consolación es «sin causa», aunque en ella no haya engaño por ser de Dios nuestro Señor sólo, como está dicho, sin embargo, la persona espiritual a quien Dios da esa consolación debe mirar con mucha vigilancia y atención dicha consolación, y discernir el tiempo propio de la actual consolación, del tiempo siguiente en que el alma queda caliente con el fervor y favorecida con los efectos que deja la consolación pasada; porque muchas veces en este segundo tiempo por su propio discurrir relacionando conceptos y deduciendo consecuencias de sus juicios, o por el buen espíritu o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente por Dios nuestro Señor; y por tanto hay que examinarlos muy bien antes de darles entero crédito o ponerlos por obra.

2.- LA EXPERIENCIA DE LO INFINITO QUE ES DIOS: «SÓLO ES DE DIOS NUESTRO SEÑOR»

Es una moción propia y exclusiva de Dios, que, en cuanto Criador y Señor de la criatura -actuando como causa primera y originaria, diferente de toda otra causa alguna creada- es capaz de ‘entrar-salir’ y ‘provocar’ en ella un género de moción tal que la arrastra irresistiblemente, desde el fondo de su ser, al amor de su divina Majestad. En esto consiste la comunicación inmediata de Dios al hombre en el amor.

Tal experiencia tiene su fundamento en Dios Creador y en la naturaleza de su criatura. Porque sólo Dios posee la llave de la intimidad del ser humano. Sólo Dios, en cuanto Creador, es capaz de afectar inmediatamente el centro de su ser, ocupándolo por completo, sin servirse de mediación alguna, y arrastrarlo irresistiblemente “hacia” el amor. Pues sólo Dios puede llegar a ocupar la totalidad del ser como Creador y dueño de su criatura. Las demás mediaciones, esas que nos afectan en el cotidiano vivir, nada más pueden llegan a tocar una parte: sentidos, entendimiento, afectos… Pero, ni siquiera cuando la acción/actividad de las criaturas pudiera llegar a apoderarse incluso de toda la conciencia, nunca lograría ocupar todo el ser ni colmar por completo su sed de amor y felicidad.

Por este motivo, la experiencia de Dios consiste en la inflamación del alma en el amor de Dios -en la evidencia del amor que Dios siente por mí: ¡Dios me ama! El hombre tiene experiencia de Dios en cuanto Dios, que se comunica a su criatura, para manifestarle (de manera inmediata y evidentemente) que le ama, que le colma plenamente y que le llena de felicidad. Esa comunicación la identifica con su Verbo eterno, en quien Él se refleja. Por consiguiente, Dios, al comunicarse por su Verbo y el Espíritu (=el Amor) en la libertad, hace a la criatura, en el silencio, partícipe de su vida de comunión y Amor.

Es propio de Dios, entrar y salir de este modo, hacer moción en su criatura con el señorío propio de Dios, en cuanto Criador y Señor de su criatura. Dios obra como Amor, acomodándose a la naturaleza del hombre y colma su deseo más profundo de amor y felicidad.

3.- SIN CAUSA PRECEDENTE

En la mente de San Ignacio la falta de causa previa es la prueba evidente de la «inmediatez» divina, y la fórmula «sin causa», expresa a la vez la ausencia de tres elementos fundamentales:

«Sin causa precedente […] sin ningún previo sentimiento o conocimiento». Esta fórmula afirma que el hombre no ejerce ninguna actividad previa, ni recibe nada sensible o cognitivo anterior que la pueda provocar. En este sentido carece de causa interna: de aquellas mociones llenas de sentimiento y de los actos del entendimiento o de la voluntad. El paso del inconsciente a la consciencia es el resultado del amor. Porque la iniciativa divina, que desencadena sentirse amado inmerecidamente por Dios, encierra una gratuidad que interrumpe el curso normal de los acontecimientos. Y esta toma de conciencia nos hace pasar al plano del conocimiento consciente («actualiza»), aquello que previamente era Dios. De este modo, la fe se convierte en plenitud, sin otra causa que la del amor gratuito de Dios:

¡Dios me ama! Él mantiene a la criatura en el ser por el amor que siente por ella y, a su vez, la criatura es objeto de pertenencia y predilección.

Sólo es de Dios. Carece de una causa, de un agente exterior, que la pueda originar. Porque ninguna criatura o causa externa es capaz de provocar una experiencia de tal calidad e intensidad. Sólo su Creador.

Sin mediación intermedia entre Dios y el hombre. Es una experiencia carente de objeto alguno creado, pero no de contenido, porque es el mismo Dios quien, en su Infinitud, se vuelca en la criatura humana como amor y le deja vislumbrar el fondo de su Ser.

4.- RASGOS CON LOS QUE RECONOCEMOS EL MODO DE OBRAR DE DIOS.

-Es inmediato, porque consiste entrar en contacto con Dios, en cuanto Dios, donde le muestra al hombre su amor, le invade y ocupa todo su El mismo Dios le mueve inmediatamente.

-Es gratuito e inmerecido, porque no puede ser provocado por el hombre. Carece de causa previa. Dios la da porque ama, y con frecuencia y a través de ella, suele manifestarle su voluntad, que aunque de modo genérico, suele ser evidente.

-En ocasiones puede ser repentino e imprevisible.

-Es desproporcionado, pues sus efectos duran en el tiempo.

-Crea un silencio total de todo otro lenguaje en el ser humano (pensamientos, recuerdos, imaginación…). Deja al alma «caliente y favorecida».

-Le otorga la certeza y evidencia acerca de la voluntad divina.

-Y se convierte en el fundamento de la libertad recibida con el amor.

En resumen, darse cuenta de que Dios me ama personalmente es la evidencia de mi libertad. En el silencio de esa donación, el hombre experimenta como si Dios y él estuvieran solos y a solas en el mundo y recibe, más allá de los velos de la fe, la única evidencia y seguridad de que se puede gozar en la vida espiritual: ¡Dios es amor que nunca falla! ¡Dios me ama y yo estoy en sus manos!

5.- ES LA EVIDENCIA PRIMERA DE LA VIDA ESPIRITUAL

«Dado que en ella no hay engaño» [336]

-Por su calidad e intensidad el hombre sabe que su origen sólo puede ser Dios.

-Por su luminosidad, por tratarse de una experiencia «inmediata» del amor de Dios, goza de una evidencia que la constituye en el principio de toda mi existencia, cualitativamente diferente a cualquier otra experiencia.

La fórmula «por ser de sólo Dios nuestro Señor» expresa así la misma certeza. El amor ilumina la voluntad divina y se convierte en el fundamento de la elección, en la línea de la plenitud de la libertad, generada por el amor: «Cuando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la voluntad que, sin dubitar ni poder dubitar, la tal ánima devota sigue a lo que es mostrado» [175], a saber, recibe en sí la Imagen del Verbo, por obra del Espíritu.

El hombre siente que se le da a sentir y conocer una voluntad genérica, pero evidente, que le capacita para asumir, de modo espontáneo y libre, la voluntad y el destino que Dios desea para él y que él, de manera responsable deberá hallar. El amor le otorga la posibilidad de abrazar amorosamente la voluntad divina que le es mostrada. Disponibilidad que nunca se equivoca, porque cuando la vida entera se entrega a esta voluntad, es la libertad creada la que tiene que encontrarse con Dios, que es amor y fidelidad.

La consolación sin causa, por consiguiente, viene a ser como una brújula para que el hombre pueda orientarse hacia Dios. Porque, a partir de ese reconocimiento, la vida del hombre se despliega en referencia constante a tal luminosidad. La fórmula «buscar y hallar a Dios en todas las cosas» no es otra cosa que el continuo ejercicio de estar disponibles para Dios, fruto del amor y del descubrimiento de la voluntad divina.

‘Inmediatez y evidencia de Dios’ dan origen a la verdadera libertad, porque hacen coincidir en un mismo acto ‘libertad y amor’. En dicha experiencia conoce el hombre quién es Dios que le ama y su voluntad; conoce a Dios en cuanto Amor, que le invita a la amistad con su voluntad, alcanzando de este modo la plenitud de su ser personal por el amor, y sólo por el amor.

La consolación sin causa es el primer tiempo, la primera instancia de la libertad, porque unifica al hombre en su intención (= «simple»), sin mezcla [169] y le crea para una vida filial, en configuración con el Hijo, que vivió siempre de la voluntad de su Padre que le amaba.

Pero al hombre le toca luego materializar esa voluntad divina en las realidades concretas de la vida (el segundo tiempo de dicha vivencia). Y este «paso» san Ignacio lo deja bajo la responsabilidad exclusiva del hombre. Es una búsqueda a tientas, sujeta al error, en medio de la realidad mundana, fiado siempre de la seguridad que confiere el amor y la confianza que da origen a la verdadera ‘magnanimidad’ (=humilde abandono), ese que sabe que todo depende de Dios.

Nota: Ponemos a continuación un resumen de las Reglas de Segunda Semana, con la intención de que en tres hojas queden “condensadas” unas pistas para la oración y la reflexión que san Ignacio tardó más de veinte años en redactar y que, con el paso del tiempo, nos hemos dado cuenta que son un verdadero trabajo de “Teología Espiritual”, una obra maestra del “discernimiento de espíritus”, todavía no superada.

-Advertir: qué es lo que nos pasa. Darse cuenta..

-Discernir: Saber si es o no de Dios

-Decidir: Tomar postura, abrir el corazón si es de Cerrar, si es del mal espíritu.

San Ignacio, en estas Reglas, no va a distinguir entre el bien y el mal sin más, sino que lleva a la persona a distinguir entre el bien real y el aparente. Es decir, un bien que es bueno en sí mismo y el bien que Dios quiere para nosotros. Entre las cosas que son buenas, cuáles son de Dios.

Es importante tener claro que:

Puede haber consolación y no ser de Dios. Son las ocasiones en que en el alma se da un estado de aparente consolación, hay una cierta paz, pero no procede de Dios. Es un engaño difícil de discernir. Distinguir entre la consolación, y lo que no es consolación como don gratuito de Dios. Para este discernimiento es importante la disposición del corazón. Corazón dócil, humilde, confiado, desprendido, sencillo. Un corazón enamorado de Dios, no aferrado a las cosas de Dios. Se trata de un corazón adherido a Dios y que solo quiere lo que Dios le da.

Consolación sin causa precedente

Es solo de Dios dar consolación al alma sin causa precedente. Él es libre para entrar y salir cuando quiere. De repente te invade un estado que te llena; llega a lo profundo del corazón, lo toca y lo enciende; lo llena y lo abre. Se trata de un abrazo de Dios al alma, un ‘beso de amor’. El Señor nos hace entender que nos quiere y no se olvida de nosotros. Tiene deseos de expresar su amor. Él se da, aunque a veces no lo sintamos. Ser siempre agradecidos por esta gracia inmerecida. Esta consolación se puede dar de dos maneras:

-Consolación sin más. Cuando Dios da luz sin motivo previo.

-Consolación con orientación de Cuando Dios da luz con una orientación de vida y una llamada concreta, habiendo discernido que es de Dios. Signo claro para saber cuál es la voluntad de Dios. Se convierte en un camino personal de certeza interior que lleva a la comprensión de esta voluntad divina.

Consolación sin más

Es propio de Dios en sus mociones interiores, –lo que viene de fuera– dar verdadera alegría y gozo espiritual quitando toda tristeza y turbación. Nos abre el corazón, se ensancha, se dilata. Nos mueve al amor y al servicio de Dios, al deseo de entregarnos a Dios y a los hermanos. Aparece la esperanza. Nos sentimos atraídos por las cosas de Dios.

Hace desaparecer la tristeza. Nos toca el corazón. Surge el gozo por esta alegría espiritual que Dios nos concede como un don. Abrazar e identificarse con esta alegría.

Dios actúa así, aunque a veces el demonio intentará simular lo que hace Dios, moviéndonos a tristeza y turbación (‘me siento agitado, turbado, inquieto, con ausencia de paz’). El demonio lucha contra toda alegría y gozo espiritual. Nos enreda en sutilezas, engaños, argucias que nos envuelven. Suele ser frecuente, cuando el alma está decidida por Dios. El alma termina agobiada, desazonada.

Estas sutilezas nos hacen mucho daño. ¿Cuáles son las argucias del mal espíritu?:

-Siempre parte de un hecho de Entra en el corazón argumentando con una parte de verdad, llevándonos a la mentira, al engaño. Cuando tomas por verdad la mentira, empieza su trabajo.

-Nos enreda de tal forma que nos lleva a un callejón sin salida.

-Entra con lo que le gusta al alma, y sale con lo que se proponía. Hace hincapié en temas que nos preocupan, nos Nos hace dar vueltas, insistir en ello, que nos detengamos en aquello que nos preocupa, potenciando en nosotros una gran falta de confianza en Dios.

-El mal espíritu es, pues, insistente, para que caigamos en el error de pensar que la solución debe venir de nosotros mismos y no de Dios. Brota el deseo de querer saber, dejando a un lado la gracia de Dios.

-No vivir agobiados pensando que el mal espíritu nos va a engañar. Dios permite el engaño para conseguir un mayor bien: crecer en humildad.

Cuál es su objetivo:

-Interrumpe el diálogo con Dios.

-Normalmente lo que consigue es que no caminemos como Dios quiere, frustrar el camino de santidad iniciado.

-Nos paraliza, convirtiéndose la tentación, si le prestamos atención, en un obstáculo.

-Frustra el plan de Dios sobre nosotros, pues ya no consigue apartarnos de él.

-Nos aparta de la mirada de Dios.

Pedir a Dios la gracia de reconocer con humildad que el mal espíritu es mucho más listo que nosotros. Tener en consideración que:

-Vivimos con el deseo de no volver a ser tentados jamás.

-Dios para mi bien, permite la tentación.

-El camino es vivir todo esto con el Señor y en su confianza.

-Queremos vivir en seguridades, y no aceptamos el nivel de fe que Dios nos Es cierto que Dios actúa en el hombre, pero nos deja en fe.

-El hombre es capaz de dominar todo lo que es inferior a él y en este campo entra las Cuando somos capaces de demostrar las cosas que nos acontecen, nos movemos en el campo de las seguridades.

-Pero en el mundo divino no podemos tener certezas En el mundo de la gracia entramos en relación con las personas divinas, los santos, dándonos la certeza moral suficiente para caminar. Pero al no tener certeza absoluta entra la duda. El camino por tanto es seguir y confiar.

Importante:

-Es propio de Dios permitir la desolación, pero no desolar.

-El demonio se disfraza de ángel de luz, entra con aparente consolación, llevando al alma al error de pensar que es de Dios.

-En desolación no hacer caso y no hacer mudanza.

-La consolación sin causa es de Dios.

-En consolación con orientación de vida, discernir si es de Dios o del demonio.

-Es importante tener un corazón muy unido al Señor.

A san Ignacio le gustaba poco las personas que se presentaban como muy de Dios, suelen ser poco dóciles y tozudas.

¿Cómo desenmascarar al enemigo?

El enemigo siempre viene disfrazado como ángel de luz. Hay que ver en la consolación si el principio, el medio y el fin son buenos, son de Dios. Si en la consolación advertimos, que el curso de los pensamientos acaba en algo malo, o menos bueno a lo anterior, es señal de que es del enemigo. Otro modo claro será cuando en la consolación se acaba con signos de desolación: inquietud, turbación y desasosiego.

En el momento de la consolación atender:

-A los pensamientos

-Al estado interior

Es importante seguir durante la consolación, el curso de los pensamientos. Este proceso es repetitivo. Aquí lo importante es caer en la cuenta de que Dios no se desdice en nuestra vida. Es fiel a su palabra. Otra cosa es que profundice en la propia vocación.

Lo característico del enemigo será proponer algo bueno que al final acaba agobiando, bien porque no es lo que Dios quiere, bien porque es un bien menor para el Su pretensión será siempre apartarlo del camino por donde le lleva Dios.

No hacer caso al enemigo, no darle Atender siempre a Dios. Lo grave es la maduración de un engaño. Pero incluso hasta del engaño se sirve Dios para ayudarnos a descubrir mejor el camino que Dios quiere para uno

La actitud del corazón debe ser: desprendido, humilde, confiado y dócil, un corazón que busque sólo a Dios.

Para comprender la voluntad de Dios, se necesita tiempo. En tanto en cuanto se percibe que una cosa es de Dios, será bueno un tiempo de prudencia, dejando al Señor que ratifique su Al principio no comprometerse del todo. No dar por supuesto lo que el Señor va confirmando poco a poco. Y vivir desprendido, sin intentar convencer a Dios de que nos conceda aquello que pedimos.

Una vez que descubres el engaño, observar cómo lo ha hecho y Se empieza a desarrollar una especie de «olfato espiritual» que descubre las argucias del enemigo. Aprender sus tácticas nos resultará útil para a cortar enseguida con la tentación y el engaño.

A los que van de bien en mejor, la luz llega al corazón como una gota de agua y lo esponja. Y la desolación produce ruido, deja A los que van de mal en peor la dinámica es al revés.

En la consolación sin causa precedente, no hay engaño. Pero debemos distinguir  dos momentos:

-Al principio cuando se da la consolación. No hay duda de que es Dios.

-Después de la consolación, donde el alma está encendida en amor, cabe la intervención del espíritu bueno o del No tenemos certeza de que en este estado posterior todo sea de Dios.

El enemigo mira si el alma es ancha o fina y delicada de conciencia. Según es, así actúa.

-Si es delicada, procura afinarla y estrecharla en extremo hasta que la El resultado es hacer a Dios insoportable.

-Si es de conciencia ancha, procura ensancharla más. Si era una persona que hacía poco caso a los pecados veniales, terminará haciendo poco caso a los mortales.

La táctica de san Ignacio es hacer lo contrario de lo que nos propone el enemigo.

Si el alma es de conciencia ancha, afinar el alma, sin miedo que en ella no se dará el escrúpulo.

El que tiene el alma fina y delicada, llegar al justo medio, pero sin relativizar el pecado.

Ante un bien que deseo hacer, puede venirme un pensamiento de Con la mirada hacia el Señor, descubrir los motivos que me llevan a desear hacer el bien. Hacer la obra buena, actuando contra lo que me sugiere el enemigo.

Otra cosa es distinguir en el sentimiento de hacer el bien, si busco el bien realmente o me busco a mí Si aun así me viene algo de vanidad, pedir al Señor que me purifique, y no dejar de hacer el bien, que el mismo bien purifica el alma.

El tercer paso es la falsa Intentar convencer al alma de que no puede ser que Dios se haya fijado en mí. En el fondo es una mirada grande hacia uno mismo.

El modo de proceder del enemigo siempre será apartarnos del camino de Dios. Nos atemoriza ante la idea del sufrimiento y del padecer. Después viene otro paso, que es caer en la vanagloria de sentirse bueno. Actitud siempre de humildad.

Modo de proceder de Dios. No siempre nos mantiene en la consolación. Es de Dios dar consolación, permitiendo también la desolación.

El escrúpulo se suele dar:

-Cuando buscamos seguridades.

-Cuando estamos pendientes de nuestra vida espiritual, nuestro estado interior (‘estoy bien, no estoy bien, soy fiel, generoso’, )

-Cuando hay una gran falta de confianza en la misericordia de Dios.

-Basta que la persona no lo vea, para que no salga del engaño. Es una gracia que hay que pedir a Dios.