lunes, abril 29th, 2024
Publicado por congregacion
Hasta ahora, nos hemos dedicado a poner las bases claras de lo que significa ser hombre. Hemos meditado sobre nuestro origen, sobre lo que significa haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. También hemos reflexionado en lo que significa ser hombre histórico, es decir, un hombre caído por la desobediencia del pecado original, un hombre que ha cambiado la forma de mirar y que ya no es capaz de no sentir vergüenza ante la desnudez. Pero ese mismo hombre ha sido redimido por Cristo, lo cual nos devuelve la esperanza. Por último, hemos visto que toda la Teología del Cuerpo tiene sentido a la luz de la resurrección de los cuerpo, lo que llamamos el hombre escatológico. De esta forma quedan terminadas las consideraciones introductorias al primer ciclo, el cual San Juan Pablo II llama “Antropología Adecuada”. Necesitamos esta base para poder entender quienes somos y sobre todo para no caer en las falacias que plantea sociedad actual, una sociedad que esta fuera de la muy anhelada cristiandad de la edad media. Nuestro mundo actual no es en muchos aspectos, un mundo anticristiano.
Es ahora cuando podemos comenzar con el segundo ciclo es así llamado vocación al amor. Si en el primero nos preguntábamos por qué Dios nos había creado como seres sexuados, ahora nos preguntamos sobre cual es la forma de vivir nuestra condición sexuada para ser felices. Y es una pregunta que va mucho más allá de “lo que no se debe hacer”. Si hemos entendido que mi cuerpo no es una parte de mi ser, y por lo tanto no puedo prescindir de él sin perder la totalidad de la esencia de quien soy yo, entonces es fácil entender que todo lo que hago pasa necesariamente por mí cuerpo. Y desde luego amar es el verbo que define casi a la perfección a nuestro cuerpo. Recordemos que San Juan Pablo II, independientemente del ciclo en el que se hable, repite de forma insistente sobre el significado esponsal de nuestro cuerpo, es decir de la capacidad, al haber sido creados a imagen y semejanza de un Dios trinitarios que es Amor, de dar y recibir amor.
En este ciclo consta de 41 catequesis que van desde el 10 de marzo de 1982 hasta el 4 de julio de 1984. A estas hay que sumar las 16 catequesis que van desde el 11 de julio de ese mismo año hasta el final el 28 de septiembre de 1984, y que son en gran parte el motivo por el cual San Juan Pablo II escribió la Teología del Cuerpo. Nos referimos a las reflexiones que el Pontífice hace sobre la polémica encíclica de Pablo VI, Humanae Vitae.
Así pues, la pregunta que todos nos hacemos de una u otra forma sobre como ser feliz, pasa necesariamente por el amor. No podremos alcanzar nuestro objetivo si no amamos y no nos sentimos amados. Y en este sentido nuestro cuerpo, una vez más, tiene la clave para ello: nuestros brazos están hechos no solo para realizar tareas, sino sobre todo para abrazar a otros; mis pies apuntan hacia el que tengo en frente, y mis ojos ven al otro, pero no pueden ver mi propio rostro más que en el reflejo de un espejo. La constitución Apostólica Gaudium et Spes, que fuera uno de los grandes documentos fruto del Concilio Vaticano II nos dice que en nosotros hay “una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.”1
En muchas ocasiones se ha sexualizado en exceso la Teología del Cuerpo, porque se ha limitado a entenderla como algo que los esposos tienen que aplicar específicamente en su vida conyugal. Y esto es así en la vocación a la que Dios ha llamado a la mayoría de las personas. Pero entonces ¿donde quedarían estas enseñanzas para aquellos que han sido llamados a la vida consagrada? Y más aún, nos podríamos preguntar que pasa con el soltero, el viudo, el incapacitado, ¿los célibes o incluso con las personas que tengan atracción hacia el mismo sexo? ¿Qué les dice esto a los jóvenes que están inmersos en una sociedad que los incita a experimentar de una forma superficial el hecho de ser seres sexuados, sin compromiso y sin trascendencia?
Este segundo tríptico nos da la respuesta de una forma muy sucinta, pero al mismo tiempo, muy profunda: todos tenemos la misma vocación al amor, pero concretada de forma diferente. Porque todos estamos llamados a ser esposos/as y padres/ madres, independientemente de la vocación a la que estemos llamados. Esto podría parecer una contradicción, pero no es así:
1.- La paternidad y la maternidad son en realidad cualidades sobre todo espirituales: se derivan de un Dios trinitario que da y recibe amor de forma permanente. A veces tendemos a pensar en estos términos de una forma excesivamente terrena, sin pensar en que Cristo mismo nos reveló que Dios era el Padre por excelencia y que la Iglesia, esposa de Cristo es esposa y madre.
2.- Las personas célibes, es decir, los que han optado por la virginidad por el Reino de los cielos, no son menos padres o madres, teniendo en cuenta lo que hemos dicho anteriormente. Por el contrario, su paternidad/ maternidad se ven multiplicados hasta dimensiones que no puede abarcar la mera biología. No por nada llamamos a los sacerdotes “padres” y a esa monja pequeñita y arrugada consagrada a amar a los más necesitados, a los más pobres de los pobres la llamábamos “Madre Teresa”. Más aún, los sacerdotes se forman en el seminario, que tiene la misma raíz que “semen” que significa semilla. Es decir, el seminario es el lugar donde aquellos que Dios ha querido aprenden a ser Padres espirituales, sembrando en los demás la semilla del Amor de Dios.
3.- Cualquier persona experimenta la necesidad de dar y recibir amor. Cada vez que hacemos un acto de amor auténtico, estamos asemejándonos a un Dios que es Amor y que es Padre. Es esto lo que nos explica por qué a veces nos podemos encontrar con personas que no viven la fe, personas que incluso se declaran ateos, pero que dicen ser felices: siempre que amamos de verdad (no lo confundamos con las caricaturas que nos ofrecen internet, el mundo del cine, las series, la televisión o las revistas del corazón), lo sepamos o no, nos estamos encontrando con Dios. Todo amor procede de Dios porque Dios es Amor y hemos sido creados a su imagen y semejanza.
A lo largo de este ciclo, veremos en las siguientes entregas con más detalle, todo lo que implica la vida matrimonial y la virginidad por el Reino de los cielos. Pero lo que si nos tiene que quedar muy claro es que no amar no es una opción. En su encíclica Redemptor Hominis San Juan Pablo nos insistía en que la realización personal pasa necesariamente por aprender a amar:
“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor (…) revela plenamente el hombre al mismo hombre.» (Papa San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, n. 10, 4 de marzo de 1979)
El énfasis que pone en los verbos utilizados nos pone claramente en situación: Amar es un acto libre, un acto que requiere de mi voluntad y consentimiento. Este “hacerlo propio” del que nos habla el pontífice es sólo posible cuando lo he experimentado fruto de un encuentro, el encuentro con Cristo resucitado.
Es curioso pensar que tenemos manos, pero hay que aprender a escribir; Tenemos pies, pero tenemos que aprender a caminar; tenemos boca y cuerdas vocales, pero tenemos que aprender a hablar. Incluso tenemos que educar el oído para la música. Y sin embargo damos por hecho que sabemos amar.
Si recordamos lo que decíamos en las catequesis relacionadas con el hombre histórico, nos acordábamos de que el gran pecado del hombre es la dureza del corazón, aquella que le impide reconocer a Dios como Padre y al prójimo como hermano. Ahora toca poner en práctica los frutos de la redención, recordando lo que nos decía el profeta Ezequiel: “les daré otro corazón e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, 20para que sigan mis preceptos y cumplan mis leyes y las pongan en práctica: ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.”2
Preguntas para la reflexión:
1) ¿Sé reconocer en mí esos movimientos del alma que me ponen directamente en comunión con Dios de aquellos que me cierran a su voluntad? ¿Entiendo la importancia de ser verdaderamente hijo de Dios, llamado a reproducir en mi vida los rasgos del Padre?
2) ¿Cuáles han sido esos momentos en los que más se ha manifestado en mi vida la presencia – o ausencia – de Dios en mi vida? ¿Alguna vez he sentido esa sensación de plenitud en mi vida? ¿O quizás lo que puedo reconocer son momentos de vacío existencial por no haber sido capaz de poner a Dios en el centro?
3) Cuando estoy en comunidad, ¿sé ponerme en segundo lugar? ¿Entiendo que la definición que nos da San Juan Pablo II del amor, que es buscar el bien del otro, implica necesariamente la renuncia?
4) Concretamente, en el grupo con el que me estoy formando, con el que comparto mi fe, ¿puedo decir que amo a todos y cada uno de sus miembros? ¿Confundimos a veces el amor con un mero sentimiento?
1 PABLO VI, Constitución Apostólica Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, Nº 24, 3
2 Ez 11, 19-20